sábado, 18 de septiembre de 2010

PASOLINI.... 35 AÑOS SIN EL POETA

    NUNCA HUBO MAS QUE VIDA EN TU RETRATO

De nuevo volver a ti, como si nunca hubieses estado vivo: No vivo, sencillamente: No muerto.
         De nuevo ese mismo retrato con tu rostro cincelado. Rostro dulce, bueno, modificado radicalmente tras tu adolescencia.
         Campesino-Romano cargado de dolor antiguo por la ciudad donde la luz modificaba tu escritura. Poeta de nuevo en la ciudad oscura que anegaba a veces tu alma y te hacía morder, desesperado, el dorso de tu mano.
         Empezar de nuevo, poeta, con lo puesto, con la adolescencia recién asesinada, con los versos cargados.
         Tu nombre era Pier Paolo, el amante muchacho de voz dulce, de mirada buena, de infinito e inquebrantable amor por el mundo. Tu nombre era Pier Paolo. El joven Pier Paolo pendiente de su retrato, tímido y observado de lejos por mis ojos: Veo tu rostro, tu cara. Intento estudiar tus facciones. Intento ver en una imagen fija... y tu rostro es cruel contigo mismo, nunca con los demás. Veo Dolor. Pero siempre hay vida que explota, como la espuma blanca que desborda su sangre por la arena.
         Se puede ver en tu cara la dulzura endurecida por la vida. Y se pueden ver tus labios hermosos alrededor de una boca grande, sensual. Y ascendiendo por el retrato, también se puede ver una nariz ancha, de campesino rudo, de intelectual de la tierra arada, removida, olorosa gracias a las lluvias, los granizos y el sol. Y en tu mesa sobria, el poema friulano: pan, aceite, uvas y un verso para tu madre. Dolor familiar. Alegría adolescente. Diversidad. Cuerpos para amar. Fiesta de verano. Abrazos primeros. Sexos primeros. Amor. Lucha de cuerpos sin pudor. La locura adolescente ganando la batalla al dolor de la existencia. Así te veo, Pier Paolo, mirando tu retrato, así lo miro intenso, deseándote una vez más, como hace tanto tiempo, como siempre que vuelvo a ti.
Pier Paolo  - 3 meses antes de su asesinato
         Cambio la fotografía y ahora te has vuelto intelectual. Ya usas esas gafas oscuras de pasta que ayudaban a tu timidez. Una de tus señas más significativas, uno de tus objetos más preciosos.
         Se puede ver en tu cara la mirada inteligente, la mirada sincera. Frontalidad absoluta en tu visión del mundo. Frontalidad ante el dolor y la trágica resolución de tu existencia.    
Se puede ver la dulzura y no la crueldad. Pero me acerco más a la foto, la estudio con hambre, casi intento morderla para saber como sabe la sangre. Y cuando estoy frente a tus ojos oscuros y plenamente abiertos, veo la mirada dura del idealista, veo la mirada preocupada del artista, veo al hombre que sufre entre silencios y gritos. Estoy cerca de ti y me pego a tu fotografía, me empeño en querer tu rostro y materializar ese grito que resuena en tu cara, que se eleva y recorre solo el desierto. Teorema. Estás desnudo, como el Ángel que Dios había enviado a la tierra para contaminar con su sexo a los hombres desorientados, a los hombres perdidos. Mujeres y hombres en medio del desierto con el único consuelo del Ángel sexual, del enviado que una vez fue crucificado por el mismo Dios que desorientaba a los hombres.
Sin querer verlos, me ciegan los ojos arrasados de la señora Roma. No ha dejado de llorar desde que su hijo está preso y crucificado. Su hijo va a morir en la cruz de una oscura comisaría, ante la indiferencia de los guardias, ante la indiferencia del mundo. Mamma Roma no quiere vivir más porque sin su hijo está muerta. También Accatone estaba solo sin el amor que por primera vez había nacido puro en su pecho. Pero el mendigo estaba fuera del mundo, aquella sociedad le incitaba a la pena, al desaliento. Todo era sucio alrededor menos su amor de chiquillo. Todo era feo menos la mujer que amaba. Y al igual que Ettore, el hijo de la señora Roma, enamorado de Bruna, Accatone no podía soportar que otros hombres tocaran a Stella, porque la amaba, igual que el adolescente Ettore amaba a Bruna. Y Accatone también es sacrificado porque la muerte se le presentó y le anunció su derrota. Todo está intacto hasta llegar a la cruz: el mismo cansancio, las huellas de sangre, los pies descalzos, la boca reseca, la voz ahogada.

         
Tu retrato está intacto Pier Paolo y mi mano sigue el contorno de tus mejillas. Los dedos bajan lentos, acarician hasta posarse en tu barbilla rotunda, vuelta, desafiante. Tu retrato, Pier Paolo, no es una crucifixión, es un retablo diseñado por los mejores pintores, escrito por los más grandes poetas. Tu retrato me sigue llevando de la mano...
         El hijo de un carpintero no está de acuerdo con la sociedad en la que vive. Por eso se rodea de pescadores a quienes ama. Un Cristo que grita y su grito es la agonía del mundo. Tu Cristo era como un grito nunca oído. Un dolor demasiado clavado en el costado. Un grito antes de morir en la cruz. Tres crucifixiones antes de que llegue el Ángel redentor a imponer su sexo sobre la piel desnuda.
        
Paolini a través de los ojos del Pintor David Parenti
Una muerte en una callejuela de Roma, una muerte en una oscura celda, una muerte en la cruz. Tres crucificados antes de la venida del Ángel. Pero no basta la palabra ahora, ni siquiera sirven los milagros. Por eso hay que atacar el cuerpo, hay que clavar el sexo. Los besos, los abrazos, las miradas cómplices harán el resto: la conversión, la desnudez, la nueva era de los milagros. Caminar sobre el desierto sin pecado. Un grito terrible, un espantarse el dolor, un caminar sobre las aguas del desierto.
         Tu retrato me sigue llevando de la mano... se proyecta en una gran pantalla blanca donde avanzan las panorámicas por los descampados, y los travellings densos recorren las calles y hacen frente a los personajes. Pero tu rostro prevalece, más intenso que la luz del proyector. El hoyo de tus mejillas parece ser la única grieta de tu firmeza. Delatan el sufrimiento combatido cada día con la brutalidad de tu coherencia, con la brutalidad de tu libertad casi pueril, casi imposible para vivir con libertad. Solo ahí, en el hueco de tus mejillas, parecen refugiarse todos los golpes asestados a lo largo de cincuenta y tres años. Solo ahí, en el hueco de tus mejillas, tu geografía se desmorona, se muestra tu herida.
         Pero no me he olvidado de tu voz, que ahora oigo mientras te escribo intentando no hacer ruido, dejando que tu respiración busque el sonido preciso, el tono adecuado, la dulzura justa para cada uno. Te escucho ahora mientras te escribo sin hacer ruido. No puedo dejar de mirar el retrato tuyo Pier Paolo, mientras tu voz se expande y se agitan tranquilas tus manos trazando círculos en el aire.
         Estoy tan absorto en todo ello, Pier Paolo, que no me he dado cuenta de lo feliz que estoy con tu presencia. Ya no hay dolor. No hay muerte. Hay un íntimo registro con tu vida, con la sangre de tus venas, con la carne de tu cuerpo.
         Nunca hubo más que vida en tu retrato.
MIGUEL ANGEL BARROSO


Del LIbro: "Pasolini con la forza dello sguardo" David Parenti

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